terça-feira, 22 de outubro de 2013

Golondrinas de un solo verano

Muy buen cuento, lea con atención el proverbio chino utilizado por Ortega y Gasset...
José María del Rey Morató
Cerca de las copas de los eucaliptos de la vereda, las golondrinas gritan. Vienen en el viento, suben y bajan. Es invierno, fines de junio. Tres días de viento del norte –el veranillo de san Juan- las trajeron de vuelta al sur. Vuelan a unos quince y hasta treinta metros de altura, muy arriba de los techos de la casa, en medio del invierno.

Aparecen como detrás de las ramas sin hojas de los gingko biloba, los liquidambar, robles, catalpas y tilos de las calles y los jardines de Atlántida, entre los disminuidos y secos colores del invierno del Río de la Plata.

Extrañan la ausencia del aroma de los jazmines, las catalpas y los tilos.

–No puede ser cierto–. Dice la viuda del portuario jubilado, que viene casi todos los fines de semana. Su casa está en la misma calle, a media cuadra de la plaza.

–Pero, mire usted misma, señora. El pecho y la barriga blancas, el lomito oscuro, las plumas de la cola, el modo de volar… Buscan los agujeros en las paredes o las ventanas del año pasado. Los gritos… mire esas dos en la antena de la televisión …son golondrinas–. Dice el vecino que trabaja en un comercio.

–No son golondrinas. Son igualitas, vuelan igual, gritan como las golondrinas, tienen los mismos colores. Pero, claro: no son golondrinas. En invierno, aquí no hay golondrinas. Son parecidas, pero no son golondrinas.

Entonces, se acerca caminando el Ñoño Machín, jardinero de toda la vida, que conoció al Pironga y al viejo El Portugués, otro jardinero de los años sesenta. Testigo que recordaba, clarito, el temporal que tiró los pinos de la esquina de la panadería Baypa en los años sesenta, y de muchas esquinas y cuadras, que dejó desarboladas, en pleno febrero, las calles de Atlántida, arrancando y volteando, con facilidad, tantos y tantos pinos que tenían poco más de medio siglo.

Y es el Ñoño Machín, quien tercia en la conversación sobre los pajaritos que un vecino afirma que son golondrinas, y la vecina, que no son. Entonces, el Ñoño dice que sí, que son golondrinas.

–Todos los años, por más invierno que sea, cuando sopla parejo el viento del norte, ellas llegan y van a los mismos lugares donde estuvieron en verano, el verano pasado, claro.

Entonces, mirando al Ñoño, declama pausadamente –para que también lo entienda la vecina– el poema de Chuang Tse. De memoria, lo recita:

–“¿Cómo podré hablar del mar con la rana si no ha salido de su charca? ¿Cómo podré hablar del hielo con el pájaro del verano si está retenido en su estación? ¿Cómo podré hablar con el sabio, acerca de la vida, si está prisionero de su doctrina?”
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